jueves, 4 de febrero de 2010

Contra los ciudadanos


Como saben muy bien, España es un país plural: con sus desatinos ideológicos, sus enfrentamientos mostrencos, sus nacionalidades histéricas, sus decorativos bloques de hormigón, sus ciudadanos dicharacheros y sus inmigrantes de colores. Tenemos pluralidad a espuertas, somos tope mestizos. Y eso mola, ¿no? Poco a poco nos alejamos de la imagen casposa del toreador machirulo, el traje de faralaes y la paella de plutonio enriquecido, qué placer. España se ha zambullido de golpe en la über-cosmo-post-modernidad.

Y sin embargo España sigue siendo una unidad de destino en lo universal porque su verdadera esencia nunca ha desaparecido y, si cabe, es hoy más sólida que nunca. Se trata, en fin, de la admiración de la picaresca y la sinvergonzonería ajena que todo buen español lleva inscrita a fuego en su adn. Ya sea un engolado ejecutivo con casa en La Moraleja o un borrokilla de Zarautz, se trate de un diseñador gráfico votante de Esquerra Republicana de Catalunya o de un señorito sevillano con pantalones de color verde y polo de Hierro y Albero, todos comparten esta atávica seña de identidad histórica. Lo cual da bastante asco.

¿Quién no ha oído, o peor, quién no ha manifestado alguna vez su admiración por algún tunante público? En mi entorno más cercano no me canso de ver cómo se le ríen las gracias a personajes como Berlusconi (qué crack, dicen) Briattore (fijación itálica), Félix Millet (todos invitados a la boda de mi hija), Eduardo Zaplana (yo estoy en la política para forrarme), Zapatero (en España no hay crisis) o, en un segundo escalafón, todos los zascandiles mediáticos de tendencias fariseas como Javier Sardá, Jiménez Losantos, Iñaki Gabilondo, Jaume Roures, o la plantilla al completo de Intereconomía. Todos estos cuatreros se dedican a robarnos, engañarnos, timarnos, mentirnos y, en definitiva, dejarnos las posaderas como la gruta de Phong Nha-Ke Bang. Y nosotros hasta les admiramos por ello.

Yo ya me he cansado de escuchar ad nauseam que la picaresca en España está muy arraigada, que forma parte de nuestra cultura. Excusar a tantos viles bandidos con esa excreción moral que es la frase “si pudiese yo también lo haría” es nuestra perdición y condenación. Déjenme, pues, recurrir al tópico más cierto: “tenemos lo que nos merecemos”.

¡Me cago en los ciudadanos!

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